Debía ser uno de los 159 días que dicen que pasamos en el váter, que me debí quedar sin batería en el móvil ni ningún bote a mano para leer sus componentes, en que me sobresaltó una duda existencial: por qué potabilizamos agua para llevarse nuestros residuos? Desconozco los tratamientos que necesitan los vuestros, pero, los míos particularmente no necesitan tales cuidados. Y tranquilos: si todavía no os ha asediado esta duda, probad de entrar al váter sin móvil.
El caso, es que estando embarcados en el proyecto piloto de un piso sostenible, nos pusimos a investigar: un barcelonés consume 105 litros de agua al día, de media. Supongo que no hace falta impresionaros diciendo que esto son casi 40.000 litros anuales y quién sabe cuántas piscinas. De hecho, quizás eres de los que se esfuerza, y consigue bajar de los 100 litros, o de los que consideran la ducha el mayor placer del día, y la factura… oye, que por algo trabajamos, no?
En realidad, el 70% del consumo se realiza en el cuarto de baño, y por frustrante que suene, más de un tercio de esta agua no la utilizamos para relajarnos en la ducha sino que se va, al “tirar la cadena”, acompañando nuestras miserias por el desagüe de nuestro piso. En cualquier caso, el váter, la lavadora y la limpieza, no necesitan agua potable. Esto es el 40%, casi la mitad, de nuestro consumo.
En Projecte À-tic, nos pusimos manos a la obra, y al diseño. Válvulas, depósitos, presión, montar, desmontar, agua arriba, agua abajo. El día llegó: el sistema funciona, y lleva seis meses en uso. Nuestro váter ya no utiliza agua potable. Es sencillo: cuando te duchas el agua se filtra, bombea y almacena en un depósito colocado en el falso techo. Cuando vas al váter, aprietas un botón, 1 o 3 segundos – a elección del usuario- y cae agua. Y si se agota, porque lo hace, se alimenta automáticamente de agua corriente. Claro, que siempre podéis poner un depósito mayor o invitar menos amigos!
¿Sabéis cuál es la única diferencia? El agua del váter huele a nuestro champú. Cuando se acaba, volvemos al agua corriente, o quizás, nos damos el capricho de ducharnos para volver a llenar nuestro depósito…sin remordimientos.
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